Santa María de la fiel perseverancia
Esta advocación me hace elevar los ojos del corazón hacia Ti, a quien suplico muchas veces durante el día que ruegues por mi en la hora de mi muerte. Mi mirada se clava embelesada en tu rostro materno y estoy absolutamente seguro, dentro de mi extrema pequeñez, de que Tú me mostrarás gozosa “el fruto de tu vientre”, es decir, a mi Señor Jesucristo glorificado. Tú fuiste la Creyente fiel por antonomasia, ya que tu sin par fidelidad no conoció la menor sombra ni declive, en el servicio de Dios y a la causa de su Reino.
Por eso me produce inmensa alegría aclamarte y proclamarte como la Mujer de la fiel perseverancia, en la Historia de la salvación. Todos quebramos y fallamos, caemos y nos levantamos en frecuentes altibajos de idas y venidas, de tropiezos y retrocesos, que hacen tan lenta y accidentada nuestra senda cristiana. Únicamente Tú mantuviste la linea recta y luminosa de una acabada ejemplaridad hasta el último instante terreno.
Madre: me cuesta mucho perseverar en el buen propósito que quebranto desgraciadamente con demasiada frecuencia. Soy débil, pecador y enormemente vulnerable, sujeto a todos los vaivenes y proclive a todas las deslealtades. Solamente soy perseverante en no serlo y esta lacerante contradicción me aflige con profundo desconsuelo. Perseverar en la amistad con el Señor es obra milagrosa de la gracia divina, sin la que no es posible hacer nada, como nos enseñó tu amado Hijo al decirnos: “Sin Mi no podéis hacer nada”. Tu apóstol Pablo nos enseña también que nadie puede decir “Jesús es el Señor” sino en el Espíritu Santo, es decir, sin la ayuda de su gracia y de sus dones.
Jesús resumió nuestra vida de intimidad con Él dándonos este precepto: “Permaneced en mi Amor”, esto es, perseverad fielmente en la dignidad de discípulos a la que Yo os he elegido. Pienso, Madre, que Tú me repites a todas las horas y en todos los tonos este esencial mandamiento. Como Acueducto de la Divina Gracia, como Auxiliadora y Mediadora entre Cristo y las almas, confío en que nos facilitarás los auxilios y remedios para nuestra difícil perseverancia.
Me consuela, María, saborear esta verdad. Con la oración revestida de las divinas condiciones puede obtenerse infaliblemente de Dios el don de la santa perseverancia”. Yo te la pido humildemente sin oponer la menor resistencia ni ofrecer obstáculos a la recepción de esta gracia. Se trata de lo más necesario y conveniente para mi propia salvación. Quiero cumplir cabalmente los requisitos de la auténtica oración evangélica como la humildad, la confianza y la fiel perseverancia en rogarte en lo que más necesito. Con estas disposiciones rezo el Avemaría, la Salve, las antífonas marianas, el Ángelus, el Rosario y las Letanías en tu honor. ¡Cuánto me confortan y me consuelan las rítmicas avemarías de mi Rosario cotidiano que comprende a veces los veinte misterios! Virgen de la fiel perseverancia: intercede sin cesar por la mía que encomiendo a tus mediaciones maternas con el deseo más vehemente y profundo de mi corazón.
Hago mía la hermosa oración mariana de tu siervo Pio XI. Dice así: “Oh corona del Rosario de mi Madre! Te aprieto contra mi pecho y te beso con veneración. Tú eres el camino para alcanzar toda la virtud, el tesoro de los merecimientos del paraíso, la prenda de mi predestinación, la cadena fuerte que tiene a raya al enemigo, fuente de paz para quien te honra en vida, auspicio de victoria para quien te besa en la muerte. En aquella hora extrema te aguardo, ¡oh Madre!, sabiendo que tu aparición será la señal de mi salvación y que tu Rosario me abrirá las puertas del cielo”.
Bendice, Madre, a tu pequeño servidor y bendice a todos tus hijos para que alcancemos con tu ayuda el don precioso de la fuel perseverancia en el amor y servicio de tu divino Hijo.
Si te es posible ayúdanos con un donativo. Gracias y que Dios te bendiga.