• 18/12/2024

Santo del día 18 septiembre: San Juan Macías y el milagro del arroz

El milagro del arroz de San Juan Macías:

El 25 de enero de 1949 se presentó una situación muy delicada en la Casa de Nazaret del Instituto San José de  Olivenza (Badajoz). Allí se alojaban medio centenar de niños en régimen de semi-pensionado, que recibían alimentación y educación. Y también se servía comida a los más pobres, en un comedor social vinculado a la parroquia y donde llevaban alimentos algunas familias bienhechoras, que lo hacían por turno.

Pero aquel día Leandra Rebollo, la cocinera, estaba muy inquieta porque la familia a la que le tocaba ese domingo no había aparecido.

Así que cogió 750 gramos de arroz del almacén de los niños para dárselo a los pobres y resolver momentáneamente, hasta donde se pudiera, el problema. Musitando angustiada un «¡Ay, beato! ¡Y los pobres, sin comida!», echó el arroz en la cazuela y salió a hacer otras cosas.

 

Martirologio Romano: En Lima, en el Perú, san Juan Macías, religioso dominico, que, dedicado por mucho tiempo a oficios humildes, atendió con diligencia a pobres y enfermos y rezó asiduamente el Rosario por las almas de los difuntos (1645).

 

El milagro del arroz de San Juan Macías:

Por eso Leandra acudió a él, en una petición desesperada (un «¡A ver qué haces!» que era casi también una queja), pues no podía esperar lo que sucedió. Cuando regresó a la cocina, se encontró en el fogón una cantidad de arroz mucho mayor de la que había echado.

Tanto, que empezó a rebosar y tuvo que pedir ayuda para pasar el aliimento a otra tartera. Llamó al párroco, Luis Zambrano, y a la directora del Instituto, María Gragera Vargas, que se convirtieron en los primeros testigos del milagro. Pero no los únicos.

El prodigio duró ininterrumpidamente durante cuatro horas y de aquellas tres tazas de arroz iniciales pudieron comer los cincuenta niños del centro y un centenar de pobres, ante la mirada atónita de los habitantes del pueblo, que acudieron el tropel a ver el hecho.

Todo concluyó repentinamente cuando el párroco, habiendo comido todo el mundo ya, dijo: «¡Basta!».

 

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