• 11/03/2025

Sermón de San Agustín sobre el martirio de San Esteban

1. El bienaventurado y glorioso mártir en Cristo San Esteban nos ha como saciado ya con su palabra; mas después de esta hartura os presento como una segunda mesa en la palabra exigida por mi ministerio. ¿Y qué cosa puedo encontrar de más dulzura para servirla que Cristo y el mismo mártir? Uno es Señor, otro siervo; pero Esteban, de siervo, pasó a ser amigo. Nosotros somos, sin duda alguna, siervos; concédanos él el ser también amigos. Pero ¿qué clase de siervos? Siervos que pueden cantar, erguida la frente de la conciencia: Para mí han sido extremadamente honrados tus amigos, ¡oh Dios! Escuchasteis cómo era el santo Esteban cuando fue elegido por los apóstoles, antes de recibir la muerte en público y ser coronado en secreto. Aparece como el primero de los diáconos, igual que Pedro el primero de los apóstoles. A pesar de haber sido ordenado por los apóstoles, en poco tiempo precedió en la pasión a los mismos que lo habían ordenado; ellos le ordenaron, pero fue coronado antes que ellos. ¿Qué fue lo que escuchasteis cuando se leyó su pasión? Esteban, lleno de gracia y del Espíritu Santo, hacía grandes prodigios y signos entre el pueblo en el nombre de Jesucristo el Señor. Advertid quién los hacía y en nombre de quién. Quienes amáis a Esteban, amadlo en Cristo. Esto es lo que él quiere y lo que le agrada; ello le causa gozo y le produce satisfacción. En efecto, no quiso jactarse de su nombre ante los lapidadores. Observad a quién confesaba cuando era apedreado, a quién confesaba en la tierra y a quién veía en el cielo; por quién entregaba su carne y a quién confiaba su alma. ¿Hemos leído, acaso, o podemos leer en algún lado siempre que se trate de doctrina sana, que Jesús hacía o hace signos en el nombre de Esteban? Los hizo Esteban, pero en el nombre de Cristo. También ahora los hace; todo lo que veis que acontece mediante la memoria de Esteban, se realiza en el nombre de Cristo: para que Cristo sea encarecido, adorado, esperado como juez de vivos y muertos y para que quienes lo aman estén a su derecha. Cuando él venga habrá unos a su derecha y otros a su izquierda; los que estén a su derecha serán dichosos, y desgraciados los de la izquierda.

2. Imite a su Señor el bienaventurado Esteban. De forma admirable, entre las piedras soportaba a aquellos hombres duros que le arrojaban, ¿qué?, sino lo que ellos eran. Para que sepáis que soportaba a gente dura, esto les dijo: Hombres de dura cerviz e incircuncisos de corazón y oídos, siempre resistís al Espíritu Santo. Quieres morir, te apresuras a ser lapidado, ardes en deseos de ser coronado. Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo. Cuando esto decía, bramaban ellos y les rechinaban los dientes. Añade algo más, Esteban; añade algo más que no puedan soportar ni tolerar: añádeles lo que les dé motivo para lapidarte, para que nosotros encontremos qué celebrar. Los cielos se abrieron: vio el mártir la cabeza de los mártires; vio a Jesús a la derecha del Padre; lo vio para no callarlo. Ellos no lo veían, sino que lo odiaban; más aún, no lo veían porque lo odiaban. No calló él lo que vio para llegar al que vio. He aquí, dijo, que veo los cielos abiertos, y al hijo del hombre de pie a la derecha de la majestad. Ellos taparon sus oídos, como si se tratase de una blasfemia. Los reconocéis en el salmo: Como un áspid sordo y que se tapa sus orejas para no oír la voz del encantador ni el remedio aplicado por el sabio. Se dice que los áspides, para no precipitarse y salir de sus cuevas cuando intervienen los encantadores, pegan una oreja a la tierra y la otra se la tapan con la cola, no obstante lo cual los encantadores los hacen salir. De idéntica manera, también éstos rechinaban todavía dentro de sus cavernas cuando ardían sus corazones. Aún no habían salido; taparon sus oídos. Salgan ya, muestren quiénes son: corran hacia las piedras. Corrieron y lo lapidaron.

3. ¿Y Esteban? ¿Qué hizo? Considerad primero a aquel a quien imitaba el buen amigo. Jesucristo el Señor dijo cuando pendía de la cruz: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Esto lo decía en cuanto hombre, en cuanto crucificado, en cuanto nacido de mujer y revestido de carne, en cuanto que iba a morir por nosotros, a hallarse en el sepulcro, a resucitar al tercer día y a subir a los cielos. Todo esto en cuanto hombre. Como hombre, pues: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. El dijo: Padre; Esteban: Señor Jesús. ¿Qué más dijo él? Recibe mi espíritu. «Tú te dirigiste al Padre, yo me dirijo a ti; te reconozco como mediador; viniste a levantar al caído, pero no caíste conmigo.» Recibe, dijo, mi espíritu. Esto pedía para sí; mas le vino a la mente otra cosa en que imitar a su Señor. Recordad sus palabras cuando pendía de la cruz y considerad las palabras del confesor que era apedreado. ¿Qué dijo el Señor? Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Quizá hasta se hallaba Esteban entre aquellos que no sabían lo que hacían. Muchos creyeron más tarde. No tenemos certeza de cuál era el grupo al que pertenecía el bienaventurado Esteban: si al de los que habían creído en Cristo ya antes, como Nicodemo, que vino a él de noche y que mereció ser sepultado junto a éste, puesto que por aquél fue descubierto éste; no sabemos, repito, si perteneció a éstos o si, tal vez, se hallaba entre aquellos que después de la ascensión del Señor, cuando vino el Espíritu Santo y llenó a los discípulos, de modo que hablaban las lenguas de todos los pueblos, llenos de arrepentimiento, dijeron a los apóstoles: Hermanos, ¿qué hemos de hacer? Indicádnoslo. Habían perdido la esperanza de la salvación por haber dado muerte al Salvador. Y Pedro les dijo: Haced penitencia y cada uno de vosotros bautícese en el nombre de Jesucristo nuestro Señor; recibiréis el Espíritu Santo y se os perdonarán vuestros pecados. ¿Piensas que todos? ¿Qué pecado quedaría, una vez perdonado incluso aquel de dar muerte al que perdona los pecados? ¿Hay algo peor que dar muerte a Cristo? Este pecado ha sido borrado. ¿Qué, pues? Quizá Esteban se hallaba entre ellos. Si así fue, fue eficaz para él aquella oración: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.Sin embargo, entre ellos estuvo también Saulo. Cuando era lapidado el cordero Esteban, él era todavía un lobo, aún estaba sediento de sangre; aún pensaba que sus manos eran pocas para apedrearle, y guardaba los vestidos de los demás. Así, pues, recordando lo que el Señor dijo en favor de él, si es que estaba entre aquellos de quienes hablaba cuando dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen; imitando, pues, también en esto a su Señor, para ser su amigo, dijo igualmente también él: Señor, no les imputes este pecado. Pero ¿cómo lo dijo? De rodillas en tierra. Se recomendó a sí mismo estando en pie; cuando oró por los enemigos, hincó las rodillas. ¿Por qué se recomendó a sí mismo de pie? Porque recomendaba a un justo. ¿Por qué hincó las rodillas por ellos? Porque oraba por criminales. Señor, no les imputes este pecado.

4. ¿Crees que Saulo escuchó estas palabras? Las escuchó, pero se rió de ellas; y, sin embargo, caía dentro de la oración de Esteban. Todavía caminaba él a la muerte, pero ya estaba siendo escuchada la oración de Esteban por él. Lo sabéis ya; voy a decir, pues, algo de Saulo, luego llamado Pablo; ciertamente lo sabéis, pues en el mismo libro está escrito cómo creyó Pablo. Tras la muerte de Esteban, la Iglesia de Jerusalén sufrió una durísima persecución. Los hermanos que allí residían hubieron de huir; sólo quedaron los apóstoles, pues los demás huyeron. Pero, como antorchas ardientes, adondequiera que llegaban prendían fuego. Los necios judíos, al hacerles salir de Jerusalén, no hacían otra cosa que arrojar a la selva carbones encendidos. Quien aún era Saulo, a quien no le bastaba haber dado muerte a Esteban, cosa que recordamos con agrado, porque ya lo veneramos, ¿qué hizo? Recibió cartas de los sacerdotes y escribas para que dondequiera que encontrase seguidores de este camino, es decir, cristianos, los llevase atados para someterlos a tormentos como los sufridos por Esteban. Saulo iba lleno de furor, como lobo al redil, a los rebaños del Señor. Cual lobo rabioso sediento de sangre y anhelando muertes hacía su camino. Pero el Señor le dijo desde lo alto: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Lobo, lobo, ¿por qué persigues al cordero? Yo di muerte al león con la mía. ¿Por qué me persigues? Despójate de tu ser de lobo; de lobo, conviértete en oveja, y de oveja, en pastor.»

5. Escena bellísima es ésta, en que veis como el santo Esteban es apedreado y cómo Saulo guarda los vestidos de los apedreadores. Este mismo es el Pablo apóstol de Jesucristo; éste el Pablo siervo de Jesucristo. Habéis escuchado bien la voz: ¿Por qué me persigues? Has sido derribado y levantado; derribado como perseguidor y levantado como predicador. Di, escuchémoslo: Pablo, siervo de Jesucristo por voluntad de Dios. ¿Acaso por voluntad tuya, oh Saulo? Conocemos y hemos visto los frutos de tu voluntad: por tu voluntad murió Esteban. Vemos también tus frutos de la voluntad de Dios: por doquier eres leído en privado y en público, por doquier conviertes a Cristo los corazones que se le oponen, por doquier congregas, como buen pastor, a grandes rebaños. Reinas con Cristo en compañía de aquel a quien lapidaste. Los dos os estáis viendo allí; los dos estáis escuchando mis palabras: orad ambos por nosotros. A los dos os escuchará quien os dio la corona, a uno antes, a otro después: uno, sufridor de persecución, y otro, perseguidor. Entonces, uno era cordero, y el otro lobo; ahora, en cambio, ambos son corderos. Reconózcannos los corderos y véannos dentro del rebaño de Cristo; recomiéndennos con sus oraciones, a fin de conseguir para la Iglesia de su Señor una vida serena y tranquila.

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